Rutas propias

18 marzo 2015

Puedes elegir entre muchos caminos. De mañana, de tarde. Entre rutas lisas o empedradas, hacia arriba, no tan planas, otras más bien difíciles; también, tendrás en frente entre las más exigentes de tu historia y te sentirás temeroso de dar el paso.

Al tomarlo te encontrarás bajo el calor absoluto o abrigado por nada más que un frío extremo, tu mente y tu coraje. Nadie lo hará por ti, estarás solo sobre el camino aunque estés rodeado de muchos. De esos muchos, habrán tantos que te harán ir hacia arriba, te acompañarán y sumarán sus energías a tu esfuerzo. De esos muchos, algunos solo estarán para hacerte ruido, para tratar de frenar tu paso; aparecerán para criticar tu técnica, juzgar tu forma, entorpecer tu avance. Nada de eso debería importar porque siempre lo harán desde el borde del camino y no sudando sobre él. Solo habrá que dejar que eso te haga más fuerte mientras ellos son cada vez más vulnerables.

Los atajos son de cuidado, acercan pero enseñan poco; la comodidad genera hábito, es un jardín acolchado en el que no ha crecido nunca nada y el reto estará en el momento en que decidas levantarte para salir a superar tus marcas. Todos aman ir en crucero, es placentero pero peligroso, nunca te dará la misma satisfacción que tomar el sendero difícil, ese que quisieras abandonar varias veces durante el viaje, porque si no piensas en dejarlo todo al menos unas tres veces quizá no estás dejando más de lo que tienes en él.

Así en la ruta como en la vida, cada día es la oportunidad de elegir algún camino o decidir hacerse uno propio, aún cuando otros lo crean imposible. Ahí es cuando tienes que ir más alto, más lejos y más tranquilo porque solo tú sabes quién eres, de qué estás hecho y de lo que puedes alcanzar.

Estilo libre

13 enero 2014

Tal vez sea como estar en una piscina de agua tibia.
No es necesario salir a respirar ni tampoco ir al baño porque puedes hacer pipí ahí mismo, inclusive, ni siquiera se es consciente de esta acción.
La música afuera del vientre materno para estimular al que está adentro debe ser igual  a ese sonido cuando estás bajo el agua: una vibración sórdida, un sonido en la distancia pero que sabes que está justo ahí a tu lado; suena vidrioso y grueso en los oídos, difícil de definir el ritmo e interpretar en la mente el origen; es una cosa amorfa que se intenta introducir por tus oídos pero que no es capaz de entrar.

Es particular estar en posición de salto «bomba» (esa en que tomas de la mano a dos o tres primitos de la mano, corres y saltas al agua mientras en el aire antes de caer se llevan las rodillas al pecho y se abrazan las piernas), decía que es particular estar en esta posición y no poder lanzarse al agua aunque es toda una suerte, porque en ese espacio tan reducido el golpe contra el piso sería inminente.
Es difícil comprender cómo es que existe la claustrofobia cuando te pasas 9 meses en un espacio que apenas te deja crecer; es claro que algo de esta debe sentirse porque aparecen signos de querer estar en libertad, de querer abandonar ese espacio claustrofóbico y es ahí cuando los pies son el arma para tratar de liberarse, siendo los golpes contra las paredes bien recibidos en el exterior e interpretados como pequeñas pataditas, cuando quizá sea la lucha por uno o dos centímetros redondos de libertad que termina en una frustración que nadie ve.

Las ecografías funcionan de la misma forma que cuando estamos frente al TV, vemos a alguien ahí adentro moviéndose pero no podemos hacer que nos vea ni nos escuche por más que brinquemos y hablemos como idiotas. Algunos con miedo escénico evitan la mano del médico e inclusive tapan sus partes nobles para evitar ser identificados.

Nada de qué preocuparse, no es necesario masticar y por tanto no hay que cuidar que la dentadura no se pierda; no hay que lidiar con la intolerancia a la lactosa, ni evitar comer a deshoras; los kilos de más son toda una ganancia y un orgullo. El tema de la temperatura del agua tampoco trasnocha, no hay que estar atinando a la apertura precisa de la llave del agua fría luego de haberse quemado toda la espalda probando con la caliente. Ahí adentro no hay prohibiciones, la palabra «no» ni siquiera entra por el umbilical y si entrara iría directamente al intestino grueso porque ningún nutriente obligaría su paso por el estómago.

Todo a pedir de ombligo y aún así somos inconformes, un día nos da por salir a respirar a la superficie y de ahí en adelante nos la pasamos haciendo pipí afuera y evitando las caries.

Mr.Oink

Play

9 enero 2014

30 o 40 metros faltaban para cruzar cuando vio que la luz pasaba en su intermitencia rutinaria de verde a naranja desteñido y luego a rojo. Detuvo su pedalear hasta que la falta de equilibrio le obligó a poner un pie en el pavimento, había llovido y por eso esta vez era el pie contrario, al que siempre utilizaba como apoyo en esos casos, el que salvaba al otro de empaparse en un gran charco. Mientras rodaba, el volumen en sus oídos estaba en un punto intermedio en el que alcanzaba a escuchar un poco de la vida allá afuera pero no le dejaba perder una sola nota de sus canciones preferidas; al llegar a un semáforo ponía pausa a su música y la reanudaba cuando la luz anaranjada aparecía de nuevo. Cada día durante muchos días hacía el mismo recorrido, algunas veces corría con la suerte del verde del semáforo y otros con la de tener muy cerca, esperando el cambio, a una ciclista que le llamaba bastante la atención y que cumplía con casi el mismo recorrido. Ella también viajaba con sus oídos fuera de juicio, aislados de la normalidad de la vida, cosa que hacía suponer a nuestro chico que jamás se había percatado de su presencia porque además, él muchas veces vio como cantaba sin emitir sonido, solo movía sus labios completando las segundas voces y como sus dedos sobre el manubrio daban golpes cadenciosamente tocando en la mente alguno de los instrumentos. Siempre, mientras esperaba el cambio manipulaba su aparato musical.
Varias veces cruzaron sus miradas por temas meramente de conducción, de verificación lateral ciclística. Era obvio que sus imágenes no eran ajenas, más cuando en el recorrido intercambiaban posiciones por cosas del camino y transeúntes que les hacían frenar pero que en realidad conspiraban sin saberlo para que se encontrasen.
«Hoy tardé cuatro canciones» era la unidad de medida que pasaba por su cabeza al soltar su bici en el lugar destinado para ello en su trabajo; cuando debía desplazarse a algún lugar trataba de calcular a cuántas canciones de distancia podría estar. Era una forma extraña pero que le permitía olvidarse del destino y disfrutar de su viaje. A veces se pensaba que era un ser raro, casi nadie sabía esto porque prefería evitar las burlas. A veces se preguntaba si alguien más habría convertido en unidad de medida su música y le hacía tan feliz como a él acertar o bajar sus marcas.
La luz estaba en rojo y la suerte de su lado, la ciclista apareció desde atrás justo en el momento en que el semáforo invertía el orden, ella alcanzó a frenar un poco y continuó adelante; los oídos de él que estaban en silencio fueron ensordecidos por las bocinas de los vehículos, él la vio, puso play y la siguió. Ella lo había visto desde atrás pero él no lo sabía; fue tras ella tímidamente, simplemente guardó unos cuantos metros de distancia.
Luego de unas cuantas cuadras la calle estaba atiborrada de carros y debieron detenerse uno muy cerca del otro; ella sacó su aparato al mismo tiempo que él quien alcanzó a ver que ella también ponía pausa, lo miró y sonrió, él sonrió también y sin terminar de entender ella le dijo: «el tráfico no está nada bueno, llevo 7 canciones desde mi casa, 2 más de lo normal hasta acá». Él quedó atónito y con la cara llena de felicidad le dijo: «yo estoy por terminar la cuarta pero estoy cerca, cuántas te faltan para llegar?»

Mr.Oink

La ventana

5 febrero 2013

Veo gente muerta.
Veo gente muerta justo por mi ventana, varias veces al día, a distintas horas y con distintos climas. No me asusta desde hace mucho, lo que se ve a diario se vuelve carente de asombro. Tampoco me da tristeza. Sí, pasa cuando miro por la ventana; comienzo mi recorrido visual por el cristal de derecha a izquierda, el cual va revelando en orden de mención una acera que cruza en la misma dirección de la mirada, una jardinera en el borde más lejano de la acera, donde termina la jardinera hay otra acera y luego está el asfalto de una calle de doble carril. Por esa calle veo llegar la gente muerta. Continuando con el recorrido de mi mirada, hay en medio de la jardinera un pequeñísimo parque circular, tiene en la mitad un cuadrado formado por baldosas y un muro apto para sentarse que rodea el resto de la jardinera. Luego viene una acera el doble de amplia que las otras y que comienza desde la calle rompiendo la jardinera, cruzando las dos aceras ya descritas. Ésta, en el extremo izquierdo tiene un pasamanos y en el mismo vector de dirección continúa la jardinera y luego sigue una especie de parqueadero. Ahí se reúnen, ahí, cuando miro por la ventana veo gente muerta. Gente que recorre la calle frente a mi ventana de derecha a izquierda, se detienen en la zona de parqueo, y otros, que no están muertos, los ayudan a bajar y los arrastran unos diez metros, otros llevan las flores, muchos corbatas y todas pañuelos. Después de un rato salen, los ayudan a subir de nuevo al carro fúnebre y cruzan de nuevo frente a mi ventana, la misma por la que veo llegar e irse a gente muerta.

Mr.Öink

 

 

Ya está.

7 enero 2013

Entonces un día llegó, callado, nos conocimos. Me dijo su nombre, uno que otro sueño y nos pusimos al trabajo. Pocos días después celebramos algo tímidos pero llenos de alegría, tímidos porque apenas y nos conocíamos. Entonces pasaron más días, el trabajo se volvió un lazo que iba amarrando pero sin asfixiar, porque ahora hablábamos más, la timidez se hizo confianza, la alegría siguió repitiendo y celebrábamos con abrazos de verdad. Entonces un día fue mutuo, fue del corazón, fue de la fuerza que nos unía, fue de la sinceridad con que nos decíamos cada cosa, bonita o fea, mala o buena, alegre o triste, fue de la sinceridad de donde brotaron esas tres palabras que serían la forma de agradecerle al otro los momentos. Entonces siempre y sin darnos cuenta hubo respeto, entonces coincidimos en que era lo único necesario para que lo demás funcionara y así fue. Se perdió la cuenta de las peleas, discusiones, rabietas y desacuerdos, porque esas mismas siempre terminaban con un abrazo al final del día. En cambio mantuvimos la cuenta de los triunfos y la felicidad, claro está contando también las derrotas, porque esas, esas las enfrentábamos juntos y así como las victorias, también las sentíamos propias. Entonces hablábamos al final de cada situación, para entender qué había que mejorar y qué debíamos mantener. Entonces resultó que teníamos sueños juntos, objetivos claros uno al lado del otro. Sudamos cada día por ellos. Entonces llegamos al punto de que si unos de los dos comenzaba una frase el otro sabía cómo completarla perfectamente, y eso nos unió más, nos volvió casi inseparables, casi. Entonces un día uno de nuestros sueños más ambiciosos estaba realizado, pero ambos sabíamos que era solo el comienzo y que el camino que seguía era precisamente el que buscábamos, nada fácil porque así lo queríamos. Entonces ya nos conocíamos un poco más, éramos más generosos con los abrazos y las tres palabras, aunque espontáneas, seguían saliendo desde adentro, sin importar lo que aconteciera. Entonces me despedí una noche, esperando vernos pronto. Al día siguiente, resultó que ya no nos veríamos más, esa noche sin decirlo había sido un hasta siempre, y entonces ese día siguiente le pregunté, tal vez a la vida, tal vez al vacío, tal vez a él en la distancia: y entonces?

Entonces desde ese día ya no lo vi más, pero seguimos despidiéndonos al final del día con un abrazo y dejando que desde lo verdadero broten las tres palabras: lo quiero mucho.

Mr.Öink